miércoles, 17 de febrero de 2016

Mi pareja me engaña

Autor: Ps. Paula F. Lucero - Mat. 5409

Los Amantes - Rene Magritte
En la época actual existen muchos medios para conocer gente nueva y entablar una relación paralela a la relación de pareja, pero la infidelidad es tan antigua como la humanidad misma.
Una serie de señales pueden indicar que nuestro compañero o compañera está “en otra”.
Ante la sospecha de infidelidad, la reacción común es la de jugar al detective, investigando al otro, calculando sus movimientos, revisando sus cosas para encontrar la prueba del engaño.
Entrar en este juego de espionaje demanda gran energía y en todos los casos resulta angustiante. Sea como sea el resultado de nuestras investigaciones, no será agradable; ya que la angustia surgirá por saberse engañado o bien por saberse celoso. La sospecha con o sin prueba de los hechos, generará el sentimiento de desamparo y hará pensar en la verdad de toda relación amorosa: nadie es dueño de nadie. Aquel ser que tanto amamos o que creemos amar, puede irse en búsqueda de otros brazos.
Cuando la infidelidad es manifiesta ¿cómo hacerle frente a este malestar sin caer en la violencia, los sentimientos de inferioridad o la negación?.
Como primera medida, es importante controlar los impulsos, contener las agresiones y pensar en los antecedentes de la pareja. Antes de que comiencen las sospechas, ¿la pareja era feliz?.
Otro punto pertinente es evaluar el grado de comunicación que existe entre ambos, ¿la comunicación es fluida  como para que cada uno exprese sus sentimientos con libertad?.
La infidelidad suele ser el producto  de distanciamiento sentimental respecto a la pareja, lo cual presta el terreno para la aparición de un tercero. Tanto para hombres como para mujeres, la distancia emocional puede llevar a refugiarse en fantasías y buscar un alivio de las frustraciones de modo evasivo. En este contexto, la pareja deja de ser pareja desde el momento en que un tercer elemento se incluye en su mismidad, generando una suerte de despersonalización.
El hecho de vivir en la misma casa, tener hijos en común y compartir la vida diaria con alguien no garantiza la unión sentimental. Es preciso que haya cercanía y complicidad suficiente como para que el amor persista en el tiempo.
Antes del engaño, suele existir un conflicto del cual no se habla y que puede ser desconocido para los dos miembros de la pareja. Dicho conflicto tiene que ver con alguna insatisfacción que no se vincula necesariamente a lo sexual. En esta situación, algunas personas actúan sin haber resuelto sus paradojas y es así como ocurre la infidelidad, sosteniendo dos relaciones paralelas que representan los dos polos de la paradoja sentimental en cuestión.
Es cierto que las mujeres no aman de la misma forma que los hombres. Ellas aman y desean a la misma persona, en cambio ellos pueden amar y desear a dos personas diferentes. Pero los hombres, cuando aman seriamente, subliman esa división que caracteriza a la posición masculina. Renuncian a las dos para elegir a una entre otras, es decir que ellos también pueden concentrar amor y deseo en una misma persona.
Es común a ambos sexos la fantasía de tener un objeto de amor perfecto, con las cualidades que cada quien desee. Pero en la experiencia, uno puede corroborar fácilmente que tal objeto no existe más que en las fantasías, a modo de Frankenstein, es solo una imagen llena de atributos tipo collage. La perfección posible es aquella que no está basada en las cualidades sino en el amor.
Algo obvio pero a la vez fundamental es el hecho de que la persona que es infiel, lo es por no estar en condiciones de perder lo que debería perder. Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, las satisfacciones tienen un precio; y no es posible obtener ganancias si no hay pérdidas que las precedan.
La infidelidad, por lo tanto, es la actuación de un anhelo de completud imposible, que suele terminar en el sufrimiento y el escándalo.
En un caso de infidelidad, ambos miembros de la pareja  se ven perjudicados. Pero este perjuicio y el dolor que conlleva no se debe al acto concreto de estar con otra persona sino al engaño, la falta, la traición de la confianza; cuestiones que no tienen por que significar desamor pero si indican que la pareja estable ha llegado a una meseta y necesita remodelaciones.
Claro que esas parejas que escapan a la infidelidad han podido establecer las remodelaciones a tiempo, sin que los cimientos de la relación se conmuevan. Pero si una pareja tiene un problema de infidelidad, esta crisis puede ser una ocasión para empezar de nuevo ya que la infidelidad en sí misma no alcanza para romper una pareja, hacen falta otras razones de base para que eso suceda.
Frente al engaño, responsabilizarse de los propios sentimientos, temores y deseos es fundamental para conservar un lugar digno y seguro frente a la situación. La infidelidad suele ser un síntoma de pareja y no tanto del individuo, por esta razón no llevará muy lejos creer que el que engaña es el victimario y el engañado es la víctima. Resultará más productivo poder ubicarse como protagonista de la situación de infidelidad, entendiendo a ésta como resultado de un malestar compartido.
Una infidelidad genera desasosiego y lastima la estabilidad de una pareja, por lo cual puede significar la gota que rebalsa el vaso y apuntalar la separación. En otros casos, esta crisis sirve para el crecimiento de la pareja, permitiendo reencontrarse desde otro lugar, reformulando las condiciones y las razones para seguir juntos.
En cualquier caso, el engaño es el comienzo del fin. Podrá ser el fin de la pareja o el fin de una etapa en la vida de la pareja, esto dependerá de los amantes; ya que está en sus manos la posibilidad de retener o de inventar el amor.



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